Hoy, si vamos a llegar a la cima. Está decidido y vamos preparados. No importa el clima, no importa el cansancio, no importa el tiempo, no importa la noche… Es un nuevo sendero (si bien todavía el vocabulario de los caminos no está definido, eso es tema para todo un nuevo artículo) que descubrimos la semana anterior y no lo pudimos coronar, pero hoy si llegaremos.
Linterna, comida, chocorramo (el
chocorramo del ciclista es algo especial, es como un amigo que nos reconforta
en esos momentos de hambre y dolor por eso debe considerarse distinto a la
comida), chaqueta, mas comida, mucha agua, muchas ganas, neumáticos y demás piezas
pal desvare, herramienta y el primo (pariente cercano que se utiliza para
mejorar la experiencia de montar en bicicleta). Todo está, vengase a nosotros
la trocha. Y salimos…
Llegados al punto de inicio:
llueve, no hace más de diez grados y se impone un poco de mecánica. Una hora
después, ya húmedos, arrancamos a pedalear. Seguimos el tramo que hemos estado
explorando en las últimas salidas, subimos por Uuuf y bajamos por Uuuf… ese
sendero siempre da una sensación placentera, de ahí su nombre… Uuuf que rico! Bajando
por un pequeño peñasco, por un sendero paralelo a la cima después de una subida
técnica con mucho barro… La gente higiénica, debe abstenerse de transitar por
ahí. Una vez disfrutados los orgasmos
sentidos en Uuuf atacamos la siguiente cuesta.. que va hasta la cima. Eso sube,
sube y sube y llueve llueve y llueve. Todavía vamos calientes bajo nuestros
impermeables pero muy húmedos… La cuesta empieza con una destapada, sigue con
medio kilometro de potrero empantanado… ahí, la progresión se hace lenta y
pesada, el corazón se acelera pues ya vamos a tres mil metros de altura. Se
acaba el potrero, la vegetación boscosa de montaña domina el paisaje y de ahí
en adelante por las próximas dos horas toca empujar la bicicleta cuesta arriba
por un pequeño sendero empantanado que en un día de lluvia como el de hoy más
que un sendero parece un pequeño riachuelo.
A cada paso se renueva el agua tibia que inunda nuestros zapatos por
agua helada bajada del paramo… nos enfriamos. La temperatura debe estar cerca
de los cinco grados, nosotros seguimos subiendo y no para de llover… en estos
momentos uno se pregunta porque hago esto, y porque es tan agradable? Soy un
masoquista! La respuesta es la bajada, mi compañero y esa exquisita sensación
de llegar a mi casa.
A la hora de empujar cuesta
arriba por un sendero casi impracticable nos detenemos a degustar nuestra lata
de atún con galletas el todo envuelto en un romántico velo de agua, pues
todavía llueve, casi no sentimos las manos y la montaña está tapada de neblina.
Y estamos ahí concentrados en nuestro banquete cuando de pronto “ploc ploc
ploc… y ploc” es el sonido de un animal cayendo sobre el piso… miro asustado
por encima del hombro de mi primo sin saber que voy a ver… tres pastores alemanes
gigantes, mas parecen bolas de pelos con patas y se les suma un cuarto…
amigables? Ya están encima nuestro y estamos un poco nerviosos… por no decir
que nos cagamos del susto con esa aparición en el medio de la nada… son
amigables afortunadamente y solo quieren un poco de atún con galletas… que nos
les vamos a compartir. Terminada la cena después del postre: chocorramo,
seguimos empujando sendero arriba… salimos al paramo: hace mucho mucho frio y
llueve… de pronto el sendero se acaba y toca caminar sobre las esponjas llenas
de agua. Ya no tiene sentido seguir cargando la bici porque no podremos bajar
montados por ahí. Asi que las dejamos en un punto donde nos es fácil ubicarlas
y seguimos la lenta progresión a pie. A cada paso nos undimos entre la vegetación
y cuando nos volteamos vemos las orejitas de los perros que nos siguen: dos,
cuatro, seis… faltan dos, hay un perro más independiente que no nos sigue.
Seguimos subiendo y cada cierto tiempo revisamos si los perros siguen con
nosotros: Dos Cuatro Seis… Ocho, están completos. Listo lo tenemos: esa trocha
se llamara desde ese día Dos Cuatro Seis.
Finalmente decidimos abandonar.
Sentimos que no vamos para ningún lado, estamos mojados hasta los huesos, hace
un frio verraco y debajo de nosotros se estremece la tierra. Al parecer hay un
riachuelo subterráneo que hace vibrar el ambiente y produce un sonido
ensordecedor. Como las turbinas de un avión. Así que decidimos aceptar ese
regalo de la montaña y proclamar nuestra derrota frente a la cima. De todas
formas ya sabemos que ese sendero se pierde en el paramo, no va a ningún lado y
a partir de cierto punto no se puede montar. Nos vamos satisfechos. Listos para
degustar el descenso entre barro y agua. Que estuvo muy denso pues nos
quedábamos enterrados cada tres metros y varias veces estuvimos a punto de
volar por encima de los timones. Ya una vez en el potrero el regreso al carro
solo era cuestión de paciencia pues todavía quedaban un par de horas de
pedaleo. En total la vuelta fue de seis horas, de mucha agua y mucho frio pero
deliciosa. La montaña nos obsequio un delicioso descenso, un rio subterráneo y
el regalo más impresionante descubierto la semana anterior: una intimidante
cascada de más de veinte metros de aguas rojisas que se perdía entre un bosque
alláaaa abajo del peñasco… y unos metros riachuelo arriba un pequeño pozo, con
su pequeña cascada de aguas rojisas y heladas, como para no bañarse ahí!
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